Magia y mitos de la muerte: El Inkarri y Macandal


MITOS DE LA MUERTE



¿Por qué siempre hay magia?

III) Magia y héroes que vuelven para pedir justicia


 → El mito del Inkarri

Trailer del documental: Inkarri, 500 años de resistencia del espíritu Inca en Perú.


 → El mito de Macandal 

En Santo Domingo, cuando los esclavos empezaron a rebelarse y pedir su libertad, surgió la figura de Macandal, héroe entre los esclavos y que por su actitud y carisma dio lugar a leyendas y mitos. Valmorain es el propietario de una plantación de azúcar y posee muchos esclavos.

Macandal era alto, muy oscuro, con el cuerpo enteramente marcado de cicatrices, cubierto apenas por un calzón inmundo y manchado de sangre seca. Iba encadenado, pero erguido, altanero, indiferente. Desdeñó a blancos, soldados, frailes y perros; sus ojos recorrieron lentamente a los esclavos y cada uno supo que esas pupilas negras lo distinguían, entregándoles el soplo de su espíritu indomable. No era un esclavo quien sería ejecutado, sino el único hombre verdaderamente libre entre la muchedumbre. Así lo intuyeron todos y un silencio profundo cayó en la plaza. Por fin los negros reaccionaron y un coro incontrolable aulló el nombre del héroe, Macandal, Macandal, Macandal. El gobernador comprendió que más valía terminar deprisa, antes de que el proyectado circo se convirtiera en un baño de sangre; dio la señal y los soldados encadenaron el prisionero al poste de la hoguera. El verdugo encendió la paja y pronto la leña engrasada ardía levantando una densa humareda. No se oía ni un suspiro en la plaza cuando se elevó la voz profunda de Macandal: “¡Volveré! ¡Volveré!”.
¿Qué pasó entonces? Ésa sería la pregunta más frecuente en la isla por el resto de su historia, como solían decir los colonos. Blancos y mulatos vieron que Macandal se soltó de las cadenas y saltó por encima de los troncos ardientes, pero los soldados le cayeron encima, lo redujeron a golpes y lo condujeron de vuelta a la pira, donde minutos más tarde se lo tragaron las llamas y el humo. Los negros vieron que Macandal se soltó de las cadenas, saltó por encima de los troncos ardientes y cuando los soldados le cayeron encima se transformó en mosquito y salió volando a través de la humareda, dio una vuelta completa a la plaza, para que todos alcanzaran a despedirle, y luego se perdió en el cielo, justo antes del chapuzón que empapó la hoguera y apagó el fuego. Los blancos y affranchis vieron el cuerpo chamuscado de Macandal. Los negros sólo vieron el poste vacío. Los primeros se retiraron corriendo bajo la lluvia y los otros quedaron cantando, lavados por la tormenta. Macandal había vencido y cumpliría su promesa. Macandal volvería. Y por eso, porque era necesario demoler para siempre esa absurda leyenda, como le dijo Valmorain a su desequilibrada esposa, iban con sus esclavos a presenciar otra ejecución en Le Cap, veintitrés años más tarde.
[…]
Los plantadores vivían armados, esperando. El regimiento de Le Cap había sido reforzado con cuatro mil soldados franceses, que apenas pisaron tierra firme cayeron fulminados por cólera, malaria y disentería.
Los esclavos creían que los mosquitos, causantes de esa mortandad, eran los ejércitos de Macandal combatiendo contra los blancos. Macandal se había librado de la hoguera convertido en mosquito. Macandal había vuelto, como prometió.

Isabel Allende, La isla bajo el mar

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